Rosa, mi abuela-flor

martes, 8 de febrero de 2011
Después de leer las palabras de mi prima Rosa

"aquella abuela-flor que nos contaba historias increíbles y nosotros las "veíamos"....debió ser el principio..." 

…Me veo de alguna manera obligado a intentar relatar quien era nuestra abuela Rosa, algo realmente difícil porque fue una mujer muy especial, con una capacidad innata para contar montoneras de historias fantásticas, inventadas o reales, mientras todos los polluelos sentados alrededor alucinábamos con las cosas que contaba la abuela.

A veces me recuerda a la abuela de Cuéntame , supongo que físicamente se parecía a María Galiana, ese acento andaluz y las imágenes de esa abuela rodeada de nietos en una atmósfera que nunca se detiene me trae a la memoria la casa de Lindachiquia en Pamplona... claro que nuestra abuela era mucho más divertida que la de la tele, alegre, siempre cantando, disfrazándonos de lo que fuera, cómo si tuviese un mundo a parte donde no existiesen los problemas, su propio mundo Rosa.  
Siempre por la calle, conocida y querida por todo el mundo y siempre contando una y otra vez aquellas historias del tío Tomás, su hermano, un elegante señor que tenía unos bigotes con puntas largas y curvadas hacia arriba al estilo Dalí, y que ahora mismo podría dibujarlos perfectamente tal cómo los describía, o aquella historia de cuando ella iba por la calle con sus zarcillos de plata hechos con dos duros de Alfonso XII y unos taconazos rojos, en ese momento estiraba sus dedos todo lo que podía para que entendiésemos que al menos tendrían 20 cm. esos tacones, entonces algún pretendiente se cruzaba por la calle con ella y le gritaba “Adiós, Rosita de todo el año” y ella respondía “hasta luego majo” se daba la vuelta y continuaba caminando y contoneando sus caderas sin perder un centímetro.
Si algo caracterizaba a nuestra abuela, era que siempre iba acompañada de su bolso, un bolso inmenso, que era lo más parecido a la chistera de un mago, se abría y siempre salía una sorpresa, repleto de caramelos, cromos, chuflainas o cualquier cosa que pudiera comprar en el carrico de San Nicolás para luego ir repartiéndolo entre todos.

La historia terminaba siempre de la misma manera, dibujando nosotros esa inmensa sonrisa que nos caracteriza y dedicándosela. Ahora igual que siempre muchas veces pongo el punto a las cosas con esa sonrisa familiar que nos hace ver las cosas positivas y tirar adelante.

En el autobús de camino a la ikastola, acabo contándoles a los chavales  historias tan increíbles cómo que miren al cielo porque  de las chimeneas de las casas sale algodón de azúcar…

a veces soy consciente de que se me  ha ido la pinza y enseguida pienso “ya está aquí la abuelita Rosa",
Quizá estemos en lo cierto y haya sido el principio.
 

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